domingo, 21 de diciembre de 2008

20 de Diciembre de 2001 - Crónica


Volviendo el tiempo atrás, el pasado a veces toma forma de papel en blanco; incluso cuando las imágenes de la memoria y de los medios nos involucran una y otra vez en cuestiones de estado. Dicen que el tiempo funciona de manera cíclica, y la Argentina no es para nada la excepción a esta regla. La historia violenta de nuestro país tiene entre sus últimas gruesas secuencias, la calurosa y soleada jornada del 20 de Diciembre de 2001.
Aquella mañana de martes fui a trabajar así como todos los días de aquellos tiempos, a Perú e Irigoyen. Es decir, a la vuelta de la Plaza de Mayo. La noche anterior presagiaba que la revuelta iba a continuar. Los antecedentes no eran buenos. Pocas semanas antes, el ex candidato a presidente y por entonces Superministro de Economía Domingo Cavallo había decidido unilateralmente limitar las extracciones por cajero de las cuentas de la población, entre otras inoportunas y provocadoras medidas. Y, horas antes de este nefasto día, el todavía presidente De la Rúa (el mismo que se reunía con su hermano Jorge –Ministro creo que de Justicia- y algún otro integrante del gabinete, los miércoles en la Casa Rosada a tomarse sus vasitos de whisky. ¿O acaso creíamos casual sus labios siempre humedecidos?... ¿cómo olvidar otro borrachín que decidió manotear lo profundo de las aguas de la dictadura, al intentar recuperar las Malvinas desde una oficina tropical, comparada a los mares del sur) decretó el Estado de Sitio provocado exclusivamente por su inoperancia y derivados. ¿Cuáles eran los tiempos que corrían? Recuerdo tener sensaciones encontradas y confusas…no hacía falta siquiera pensar para darse cuenta de que las cosas no sólo no funcionaban bien, sino que tampoco funcionaban. ¿Qué hacían las fuerzas del orden en la calle? ¿Por qué estaban allí? ¿Por qué esa noche de 19 lanzaron gases lacrimógenos en diagonal al Ministerio de Economía donde había entre otras personas madres con hijos, señoras de clase media y sus ahorros limitados, revoltosos revueltos, y probablemente alguno que otro hincha de Comunicaciones?
Al entrar antes de las 10 de la mañana al despacho lo primero que hice fue sintonizar uno de los dos canales no independientes de periodismo independiente. Entre imágenes del desastre de hacía unas horas mechaba la plaza actualizada a ese instante. De a poco –y como creo que todos intuíamos- fue llegando gente al baile para continuar con el reclamo. A esta altura no alcanzaba la renuncia de Cavallo, ya no se podía continuar con un país vejado por un señor influenciable, entre otros ejecutivos defectos.
A media mañana vi cómo se llevaban detenida de los pelos a una mujer, no se por qué. En ese momento avisé a mi jefe que me iba a la plaza. Me pidió que llame a mis compañeros para que vayan directamente para allá también. Así fue que al lado de la Pirámide de Mayo nos juntamos para manifestarnos junto a otros tantos miles de personas. Claro que estaba ocupado poco más de la mitad del lugar, porque el actual vallado que parece un punto de encuentro entre Defensa y Reconquista, brillaba delante de trajecitos policiales.
Por lo general, y esto se adapta casi a todas las cosas, el segundo de cambio es uno solo. Y puede generar desastres, si bien cantados, de proporciones asombrosas: incluso hasta llegar a hablar de más de diez muertos. Un hombre borracho y una piedra, son la excusa perfecta para una fuerza de choque amparada por el estado de sitio. Abajo los vallados y adelante el avance policial. Antes de salir corriendo por Bolívar hasta Alsina, pude observar cómo un hombrecito de la montada le indicaba a un octogenario (o diez años menos) que se aparte de la palmera de la que estaba tomado entre tanta vorágine de corridas y gases. Ante la negativa y gesticulada respuesta del buen hombre, el agente del orden le sacó la boina y le dio varios camorrazos en la cabeza. ¿Son estos simples detalles que hacen al todo? Minutos después se acercaba zigzagueando hacia mi cara un gas lacrimógeno de esos que lanzaron ese día, de esos mismos que habían vencido desde hacía ya varios años. Al cabo de un rato, y siempre en las cercanías de la histórica plaza, había tres frentes: Diagonal Sur, Avenida de Mayo, y Diagonal Norte. Egoístamente, podría pensar que fue una suerte para mi haber estado en la primera de las tres. En cierto momento llegó corriendo un hombre que entre llantos nos dijo que en Avenida de Mayo estaban disparando plomo y que le habían dado a un pibe (y se refería a los disparos que salieron de dentro del HSBC)…
A esta altura, mi percepción sentía que la manifestación era más bien para recuperar la plaza antes que otra cosa. En circunstancias atípicas, el comportamiento del ser humano descalabra su rutina o sus costumbres. Claro que estaba confundido, claro que muchos de mis ideales se plantaban sobre raíces cada vez más firmes. Claro que los temores de que quienes tienen la posibilidad de solucionar son parte vitalmente activa del problema no hicieron más que reconfirmarse. Claro que si repasamos todos los tiempos, podemos concluir que las cosas estaban como siempre. Pero esta vez fue una de las veces en que algo es diferente. Pero esta vez más de una voz cantó. Y no importa qué es lo que las motivó.
No sé en qué momento De La Rúa decidió hablar para pedir algo así como un gobierno de unidad, o incluso se habló de un cogobierno radicalperonista (¿”que se vayan todos”? “¿están todos adentro?, preguntaba Morrison)…Esto desde ya que no surtió efecto positivo pues ya estaba jugada su actitud, ya estaba jugado su gobierno electo por casi la mitad de las personas que se acercaron a votar dos años antes…
Mientras, y durante varias horas, en muchas de las calles del microcentro porteño, se sucedieron combates entre civiles y policías. Nos olvidamos de personas con familia, del barrio en que nacimos y de que a veces hay eclipses. Nos olvidamos de los asalariados que convivían bajo el mismo fláccido poder que sucumbía ante intereses evidentemente mucho más poderosos que el hambre de un pueblo.
¿Acaso aquello iba a continuar hasta la noche? ¿Y si el Sol quitaba su inocente protección? ¿Podría “muerte” perder el sentido de su significado?
Entonces, el helicóptero despegó desde la terraza de la Casa Rosada.
Ya entrada la tarde, el periodismo televisivo tomó su color favorito e hizo números con la masacre. Comenzó a desfilar el dolor de familiares, testigos y seres humanos desbordados por lo intenso del sentimiento. En los controles, productores que seguramente se relamían con la sangre de gente inocente. Y todo esto mientras nuestra historia parecía tomar un rumbo nuevo, o por lo menos un tanto diferente. Pero no, la renovación era solamente un deseo de las personas que sólo tenemos el poder de decisión –y a medias- para definir quién será la próxima cara conocida, que escogerá el camino que va a tomar una nación completa. Incluso de la población que habita en Tres Cruces, o en Bajo Caracoles…o en cualquier otra localidad del país. El “que se vayan todos” se transformó en una romántica e ineficiente canción. Hoy debe ser una secuencia muy graciosa para todos aquellos que desde sus mismos gubernamentales puestos, recuerdan seguramente esos días de Diciembre como “la vez que volteamos al chupete” o como “la vez que casi nos cagan el negocio”. Pero no creo que más que eso. Después de todo, ¿qué son algunas muertes en un país de 40 millones de habitantes?
Por otra parte, un texto que relate este tipo de sucesos, ¿puede tener un final? ¿Merece tener un final? Creo que mientras la impunidad y todas sus formas sean parte de nuestra sociedad, nada de esto puede ser un capítulo cerrado.

3 comentarios:

NmLeDe... dijo...

hola escabeche de guasuncha jajaja como andamos??? che paso rapido nos estamos viendo despues!!!

exitos!!!

Anónimo dijo...

muy buena la crónica; cuantos sentimientos encontrados pasaron por esa fecha...

égona dijo...

no sé mucho de esas cosas pero ten por seguro que aquí pasan también, PERÚ cuando no pues